19 dic 2010

Ternura y humanidad

Una conmovedora e inusual historia de amor, ternura y humanidad por un perro callejero protagoniza el turista norteamericano, Shawn Austin, quien viajó más de 9 mil kilómetros desde Toronto hasta Punta Arenas para llevarse el animal a su hogar.

Este capítulo comenzó a escribirse hace tres semanas, cuando el canadiense visitó la región junto a su esposa, Lianne Singer, y paseando por el centro de la ciudad se encontró con decenas de perros abandonados deambulando por el sector. Entre ellos, uno les llamó especialmente la atención: “estaba decaído, frágil, con carita de enfermo y era muy bello como para estar en la calle”, cuenta Shawn, de 45 años, quien luego de hacerle cariño continuó su itinerario y se fue a almorzar a un restaurante cercano. “No pude comer pensando en el perrito, tenía esa imagen grabada en la mente”, relata.

La pareja volvió al hotel donde se hospedaban y fue seguida por este alicaído animalito que casi fue atropellado en el trayecto. Shawn se conmovió al pensar en esa posibilidad, lo acogió por unos minutos y luego entró a la residencial.

Al día siguiente tomaron un vuelo a San Pedro de Atacama, donde el turista se enfermó y estuvo internado en la clínica. “Mientras estuve en cama seguía rondando por mi cabeza, me decía: ese perrito no va a sobrevivir en la calle”, cuenta. Sin embargo, acabaron las vacaciones y tuvo que volver a Toronto junto a su mujer. No tienen hijos, sólo un perro que se llama “Zoe”, que cada vez que lo miraba le recordaba a ese vulnerable quiltro magallánico. Decidió buscarlo. Por internet envió correos electrónicos con fotografía a la Protectora de Animales, a veterinarios y otras personas para que pudieran ayudarlo a encontrar al can. Estaba decidido a cruzar América para llevárselo a casa. El único que contestó a su llamado fue Bruce Willet, socio de la Corporación de Defensa de los Derechos de los Animales. “Decidí ayudarlo y fui con la foto a buscar al perro. Lo encontré en Colón con Bories, pero no lo pude llevar. Llamé a una amiga y ella me ayudó. Al otro día, con otra amiga lo llevamos al veterinario y nos dijeron que estaba completamente sano”, relata Bruce. Pese a su buena intención no pudo dejarlo en la Protectora porque no había capacidad para más animales, entonces lo devolvió a la calle. Se contactó con Shawn y le contó lo sucedido. Envuelto de felicidad, inmediatamente en canadiense sacó pasajes y hace un par de días arribó a Punta Arenas para reencontrarse con el perro que le robó el corazón.

Lo reconoció.
Una vez en la ciudad, obviamente, lo primero que hizo fue reencontrarse con el perro. “Lo reconoció, hubo una conexión inmediata”, dice Bruce.

Ahora no quiere separarse de él. Shawn lo acaricia, lo abraza y lo mira tiernamente absolutamente convencido de su decisión. Gastó 3 mil dólares en esta aventura, pero dice que valió la pena. “Aunque mi señora me dice que estoy medio loco”, bromea. Su esposa es doctora y él era fotógrafo.

Aún no le ha puesto un nombre oficial, pero su amigo Bruce lo llama “Canook”, un término que utilizan los estadounidenses para referirse a la gente de Canadá.

“Cuando lleguemos a casa veré cómo lo llamo”, señala, comentando que una alternativa es “Chili Pepper”.

A Toronto
Con su amigo Bruce realizaron todos los trámites para sacarlo de la región y del país e ingresarlo a Canadá. Consiguieron papeles del veterinario, permiso del Servicio Agrícola y Ganadero (Sag) y autorización de Lan y Air Canadá para trasladar la mascota.

Hoy parte a Santiago, allá presentará los documentos correspondientes en su embajada y, si todo resulta como quiere, el fin de semana estarán ambos en Toronto, donde no existen perros callejeros.

“Mientras estuve en Chile no tuve tiempo de comprar ningún souvenir, pero sin lugar a dudas, este perrito es el recuerdo más lindo que me puedo llevar”, afirma.

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